Tengo 88 años. Estoy muy agradecido por esta distinción, inmerecida.
Vengo de un pequeño país – Uruguay – cuya población es el 0,04 % de la
población del planeta. Es un país relativamente subdesarrollado, pero se
distingue por su estabilidad política y ciertos avances sociales. En
1907 abolió la pena de muerte, y en 1912 legisló el divorcio por sola
voluntad de la mujer, además de dictar tempranas leyes laborales y
jubilatorias. Por esto, y por haber instalado un Poder ejecutivo
colegiado, se le llamó “la Suiza de América”. Con enseñanza gratuita
(también la universitaria) y sin más analfabetos, entrega, desde 2007,
una computadora a cada escolar y mantiene una red electrónica educativa
nacional.
Joven profesor de historia y aún estudiante de
derecho y de sociología, en 1956, poco después que Jacques Kayser
publicara por UNESCO “Une Semaine dans le monde”, le escribí desde
Montevideo, pidiendo ayuda metodológica para hacer un trabajo similar
con la prensa uruguaya. Obtuve ese apoyo generoso y el trabajo culminó
publicado por la Facultad de Derecho de mi país. Ese fue el comienzo de
mi vinculación con Jacques Kayser y Fernand Terrou, quienes poco
después impulsaron la creación de la AIERI, primer nombre de la actual
IAMCR .
Soy socio fundador, pues, desde el subdesarrollo,
aunque antes había estudiado en Francia. Me reconozco influido por
algunos aportes del marxismo, que considero incorporados ya al
conocimiento científico. Uno de ellos, el concepto de “ideología”,
entendido como representación errónea de la realidad destinada a
mantener la cohesión social de una sociedad, es, precisamente, el
concepto que ayuda a comprender que pueda haber otros aportes del
pensamiento de origen marxista que no son considerados científicos.
Sartre añadió que en cada momento histórico sólo hay dos ideologías
posibles: una, dominante, y otra emergente. Y yo agrego: esta última
está avanzada, y aún en construcción, porque nadie puede pretender
haberse liberado completamente de la ideología dominante. Considero que
el movimiento de los Insumisos, en Francia, impulsado por Jean-Luc
Melenchon, significa un avance importante, en la praxis y también, por
consecuencia, en la teoría a aplicar, porque combina principios del
liberalismo político sobre una sólida base materialista.
Recuerdo con precisión el clima académico de la época fundacional, en el
seno de la Asociación, ya que el entorno de la política internacional
era la “guerra fría”. Esto obligaba a un esfuerzo enorme e incesante
para mantener una institución internacional en la que participaban por
igual académicos y científicos que vivían bajo gobiernos (y grandes
medios de comunicación) enfrentados ideológica y políticamente. Los
científicos occidentales, en principio críticos hacia la concentración
cuasi monopolista de los grandes medios (motivada por el sistema
productivo competitivo); y los científicos del campo del Este, en
principio críticos respecto a la uniformidad ideológica auspiciada por
los regímenes llamados socialistas, todos, tenían que atender
simultáneamente dos conflictos: los domésticos (desde obtener los
financiamientos necesarios hasta la legitimación mínima de esa actividad
internacional, que era considerada heterodoxa por cada uno de los dos
bandos) y los específicos: elaborar conocimientos de valor científico
intercambiables internacionalmente.
Me vuelve así el recuerdo
de los norteamericanos Dallas Smythe y Herbert Schiller, del ruso Yassen
Zasoursky y del polaco Mieczysław Kafel (que a todos los considero mis
maestros en este campo de mi formación) que junto a otros europeos
provenientes de países con tradiciones más abiertas respecto a las
disidencias académicas – mencionaría a Jim Halloran, Cees Hamelink,
Kaarle Nordenstreng, Janet Wasko, Robin Cheesman. Todos ellos fueron
construyendo esta Asociación Internacional que se sigue distinguiendo
hoy, a diferencia de otras, por mantener una gran independencia ante
los compromisos que surgen de los conflictos y de los intereses
políticos internacionales. Precisamente en un campo, como es el de la
comunicación, tan vinculado a esa problemática.
Los
recientes pronunciamientos de nuestra Asociación sobre Turquía y
Hungría, que apoyo y destaco con orgullo, me estimulan a mencionar aquí,
tres problemas más permanentes que, aunque no reclamen necesariamente
pronunciamientos colectivos, sí necesitan fuerte atención académica.
Primero: El liberalismo político que mal que bien funciona en cerca
de un tercio de los países del globo, se sustenta con economías
competitivas, por lo que los sistemas de comunicación social están
condicionados no sólo por eventuales violaciones de garantías por parte
de los gobiernos, sino, constantemente, en todos esos países, por la
acción del mercado, que lleva a la concentración y al monopolio de la
información, condicionada, además, por la dependencia de la publicidad.
Entonces, aunque parezca introducirnos en una disciplina
ajena a la comunicación social, convendría separar lo que en ciencia
política se denomina “derecha”, de lo que, aunque sea provisionalmente,
podría llamarse “derecha massmediática”, esto es, los grandes medios
nacionales e internacionales de información. Porque esta derecha
massmediática refuerza la ideología dominante en todo momento, desde
la publicidad hasta en mensajes banales o de entretenimiento. Mientras
que la derecha política lo hace desde el gobierno (si lo ocupa) o desde
su acción partidaria, pero siempre con mensajes directos, reconocibles
como tales.
Si recordamos la terrible pesadilla de Aldous
Huxley “Un mundo feliz” (que fue publicada en 1932) tenemos que admitir
que fue premonitoria, ya que, aunque de otra manera, se anticipó a
prever la función anestesiante y conformista que ahora cumple la
televisión, y si pensamos en “La sociedad del espectáculo” de Guy
Debord, que tiene medio siglo, comprobamos que el actual Presidente de
Francia logró superar esta terrible denuncia al colocar, en el Triángulo
del Louvre, el día de su elección, un estrado en el que bailaban
mujeres semidesnudas, difundido por televisión al mundo entero, junto
con sesudos análisis políticos que ignoraban el ridículo del que
participaban.
Desde la academia, conviene no olvidar que,
simples ciudadanos o investigadores, todos nos informamos – y actuamos
luego – bajo el influjo de la misma información masiva, interpretada
cada día, y manipulada cada vez más, por esa “derecha mass mediática”,
propietaria de los grandes medios.
Segundo problema: la
comunicación electrónica, individutal y masiva, no tiene ninguna
regulación jurídica internacional. Y la doctrina ha trabajado poco sobre
el tema. El precedente de la Directiva “Televisión sin
fronteras”, de la Comunidad europea, aunque insuficiente, es un
comienzo de acción que convendría estimular, para incentivar una
racionalidad creciente en la emisión, no sólo de los mensajes masivos,
procurando que las informaciones interpreten los intereses en pugna en
lugar de explotar lo espectacular y emocional, sino también en los
mensajes individuales, sancionando a los autores de mensajes de carácter
delictivo.
Tercer problema: la publicidad sigue
expandiéndose en todos los resquicios posibles, y no sólo compromete los
contenidos de los mensajes masivos y perturba los accesos a la
información electrónica, sino que actúa como un acelerador del consumo
superfluo, además de reducir la capacidad reflexiva y crítica. Una
intervención racionalizadora del Estado o de la ONU, que limitara y
condicionara los mensajes publicitarios, debería ser auspiciada desde la
academia. En soportes, volúmenes y contenidos. Lo que obligaría, desde
luego, a prever el reciclaje de quienes quedaran sin ese trabajo
improductivo.
En síntesis: ¡ Para mejorar la comunicación, hay que ir saliendo del
capitalismo !
No hay comentarios:
Publicar un comentario