jueves, 30 de noviembre de 2017

Exposición de Roque Faraone en la clausura del 60º Congreso de la AIERI (2017)

Tengo 88 años. Estoy muy agradecido por esta distinción, inmerecida. Vengo de un pequeño país – Uruguay – cuya población es el 0,04 % de la población del planeta. Es un país relativamente subdesarrollado, pero se distingue por su estabilidad política y ciertos avances sociales. En 1907 abolió la pena de muerte, y en 1912 legisló el divorcio por sola voluntad de la mujer, además de dictar tempranas leyes laborales y jubilatorias. Por esto, y por haber instalado un Poder ejecutivo colegiado, se le llamó “la Suiza de América”. Con enseñanza gratuita (también la universitaria) y sin más analfabetos, entrega, desde 2007, una computadora a cada escolar y mantiene una red electrónica educativa nacional.

Joven profesor de historia y aún estudiante de derecho y de sociología, en 1956, poco después que Jacques Kayser publicara por UNESCO “Une Semaine dans le monde”, le escribí desde Montevideo, pidiendo ayuda metodológica para hacer un trabajo similar con la prensa uruguaya. Obtuve ese apoyo generoso y el trabajo culminó publicado por la Facultad de Derecho de mi país. Ese fue el comienzo de mi vinculación con Jacques Kayser y Fernand Terrou, quienes poco después impulsaron la creación de la AIERI, primer nombre de la actual IAMCR .

Soy socio fundador, pues, desde el subdesarrollo, aunque antes había estudiado en Francia. Me reconozco influido por algunos aportes del marxismo, que considero incorporados ya al conocimiento científico. Uno de ellos, el concepto de “ideología”, entendido como representación errónea de la realidad destinada a mantener la cohesión social de una sociedad, es, precisamente, el concepto que ayuda a comprender que pueda haber otros aportes del pensamiento de origen marxista que no son considerados científicos. Sartre añadió que en cada momento histórico sólo hay dos ideologías posibles: una, dominante, y otra emergente. Y yo agrego: esta última está avanzada, y aún en construcción, porque nadie puede pretender haberse liberado completamente de la ideología dominante. Considero que el movimiento de los Insumisos, en Francia, impulsado por Jean-Luc Melenchon, significa un avance importante, en la praxis y también, por consecuencia, en la teoría a aplicar, porque combina principios del liberalismo político sobre una sólida base materialista.

Recuerdo con precisión el clima académico de la época fundacional, en el seno de la Asociación, ya que el entorno de la política internacional era la “guerra fría”. Esto obligaba a un esfuerzo enorme e incesante para mantener una institución internacional en la que participaban por igual académicos y científicos que vivían bajo gobiernos (y grandes medios de comunicación) enfrentados ideológica y políticamente. Los científicos occidentales, en principio críticos hacia la concentración cuasi monopolista de los grandes medios (motivada por el sistema productivo competitivo); y los científicos del campo del Este, en principio críticos respecto a la uniformidad ideológica auspiciada por los regímenes llamados socialistas, todos, tenían que atender simultáneamente dos conflictos: los domésticos (desde obtener los financiamientos necesarios hasta la legitimación mínima de esa actividad internacional, que era considerada heterodoxa por cada uno de los dos bandos) y los específicos: elaborar conocimientos de valor científico intercambiables internacionalmente.

Me vuelve así el recuerdo de los norteamericanos Dallas Smythe y Herbert Schiller, del ruso Yassen Zasoursky y del polaco Mieczysław Kafel (que a todos los considero mis maestros en este campo de mi formación) que junto a otros europeos provenientes de países con tradiciones más abiertas respecto a las disidencias académicas – mencionaría a Jim Halloran, Cees Hamelink, Kaarle Nordenstreng, Janet Wasko, Robin Cheesman. Todos ellos fueron construyendo esta Asociación Internacional que se sigue distinguiendo hoy, a diferencia de otras, por mantener una gran independencia ante los compromisos que surgen de los conflictos y de los intereses políticos internacionales. Precisamente en un campo, como es el de la comunicación, tan vinculado a esa problemática.

Los recientes pronunciamientos de nuestra Asociación sobre Turquía y Hungría, que apoyo y destaco con orgullo, me estimulan a mencionar aquí, tres problemas más permanentes que, aunque no reclamen necesariamente pronunciamientos colectivos, sí necesitan fuerte atención académica.

Primero: El liberalismo político que mal que bien funciona en cerca de un tercio de los países del globo, se sustenta con economías competitivas, por lo que los sistemas de comunicación social están condicionados no sólo por eventuales violaciones de garantías por parte de los gobiernos, sino, constantemente, en todos esos países, por la acción del mercado, que lleva a la concentración y al monopolio de la información, condicionada, además, por la dependencia de la publicidad.

Entonces, aunque parezca introducirnos en una disciplina ajena a la comunicación social, convendría separar lo que en ciencia política se denomina “derecha”, de lo que, aunque sea provisionalmente, podría llamarse “derecha massmediática”, esto es, los grandes medios nacionales e internacionales de información. Porque esta derecha massmediática refuerza la ideología dominante en todo momento, desde la publicidad hasta en mensajes banales o de entretenimiento. Mientras que la derecha política lo hace desde el gobierno (si lo ocupa) o desde su acción partidaria, pero siempre con mensajes directos, reconocibles como tales.

Si recordamos la terrible pesadilla de Aldous Huxley “Un mundo feliz” (que fue publicada en 1932) tenemos que admitir que fue premonitoria, ya que, aunque de otra manera, se anticipó a prever la función anestesiante y conformista que ahora cumple la televisión, y si pensamos en “La sociedad del espectáculo” de Guy Debord, que tiene medio siglo, comprobamos que el actual Presidente de Francia logró superar esta terrible denuncia al colocar, en el Triángulo del Louvre, el día de su elección, un estrado en el que bailaban mujeres semidesnudas, difundido por televisión al mundo entero, junto con sesudos análisis políticos que ignoraban el ridículo del que participaban.

Desde la academia, conviene no olvidar que, simples ciudadanos o investigadores, todos nos informamos – y actuamos luego – bajo el influjo de la misma información masiva, interpretada cada día, y manipulada cada vez más, por esa “derecha mass mediática”, propietaria de los grandes medios.

Segundo problema: la comunicación electrónica, individutal y masiva, no tiene ninguna regulación jurídica internacional. Y la doctrina ha trabajado poco sobre el tema. El precedente de la Directiva “Televisión sin fronteras”, de la Comunidad europea, aunque insuficiente, es un comienzo de acción que convendría estimular, para incentivar una racionalidad creciente en la emisión, no sólo de los mensajes masivos, procurando que las informaciones interpreten los intereses en pugna en lugar de explotar lo espectacular y emocional, sino también en los mensajes individuales, sancionando a los autores de mensajes de carácter delictivo.

Tercer problema: la publicidad sigue expandiéndose en todos los resquicios posibles, y no sólo compromete los contenidos de los mensajes masivos y perturba los accesos a la información electrónica, sino que actúa como un acelerador del consumo superfluo, además de reducir la capacidad reflexiva y crítica. Una intervención racionalizadora del Estado o de la ONU, que limitara y condicionara los mensajes publicitarios, debería ser auspiciada desde la academia. En soportes, volúmenes y contenidos. Lo que obligaría, desde luego, a prever el reciclaje de quienes quedaran sin ese trabajo improductivo.

En síntesis: ¡ Para mejorar la comunicación, hay que ir saliendo del
capitalismo !